
El cine de terror ha pasado por muchas etapas: monstruos clásicos, vanguardismo expresionista, la Serie B, Hammer Films, el slasher de los 70 y el lúdico de los 80. Entre todas estas tendencias ha sobrevolado siempre, al acecho, una intención de explorar la psique desde el rincón más oscuro e inenarrable del ser humano.
Aunque con antecedentes en el expresionismo alemán, 'Nosferatu' (1922) de Murnau sería uno de ellos, no fue hasta los años 50 cuando el visionario Alfred Hitchcock se adentró en este tenebroso lugar dejando que las imágenes del filme fuesen la puerta de entrada a los horrores de la mente y sus consecuencias. 'Psicosis' (1955) fue un éxito, y sin saberlo la madre de toda una tradición de películas. Así, asistimos al nacimiento del horror psicológico.
Fundamentando los pilares en obras claves del terror moderno: 'El resplandor', 'La posesión' y 'Videodrome'; Stanley Kubrick, Andrzej Zulawski y David Cronenberg respectivamente asentaron las bases de este subgénero por medio de tres elementos esenciales: puesta en escena como vía para entrar en la mente (Kubrick), metáfora fantástica para narrar elementos de la psique y las relaciones humanas (Zulawski) y estudio del cuerpo: sus posibilidades e incompetencias (Cronenberg).
Con la proliferación de este tipo de cine, en este artículo destacamos 10 películas que, cumpliendo todos estos elementos anteriores, suman a su puesta en escena, ya sea por medio de imágenes, sonido o estudio de personajes, una fisicidad que conlleva una experiencia sensorial de los horrores por parte del espectador.
Estas películas buscan despertar una respuesta física, no tanto por la vía de lo bizarro/gore -que también-, sino de cómo este se muestra con una gran corporeidad mediante técnicas que, en algunos casos, se ajustan a algún tipo de experimentación o deslocalización de su género "original".
El horror como experiencia sensorial en el cine contemporáneo
Beyond the Black Rainbow (2010)

Quien iba a imaginar que el hijo de George P. Cosmatos, director de películas míticas de los 80 como 'Cobra: el brazo fuerte de la Ley', fuese a tener corriendo por sus venas una querencia tan grande por el terror. La obra de Panos Cosmatos entronca del espacio exterior un horror cósmico tan tangible como la profunda desesperación y enajenación de sus personajes.
Cine que se derrite en su propia construcción, diálogos apagados con intercambios secos y demorados, y neones apagados por la virulencia del analógico, convierten la experiencia de ver 'Beyond the Black Rainbow' en una tortura física y mental. La corporeidad e inmediatez de los planos y la querencia de Cosmatos por habitar su historia en espacios cerrados, laberínticos y alejados de la lógica, construyen una prisión: mental por la vía de la narración en forma de bucle, física por los espacios y sonidos adyacentes que se abren ante nuestros sentidos.
En 'Beyond the Black Rainbow' el horror se sumerge en un barreño existencial por la vía de lo físico, el culto al cuerpo se construye con las protuberancias, pústulas y mutaciones de la nueva carne "cronenbergiana", aunque la intensidad de las imágenes y diálogos nos atrapen incluso más que la propia pesadilla que vive la protagonista.
The Neon Demon (2016)

Nicolas W. Refn comenzó su carrera retratando el mundo criminal. La saga 'Pusher' o 'Bronson' son buena prueba de ello. Sin embargo, en 'Valhalla Rising algo cambia, ese algo se confirma en 'Drive', seguramente la última obra legible del director danés. Sin embargo, 'Drive' no abandonaba las expectativas de un cine legible y comercial, narración lineal, romance y violencia, aunque a partir de este momento algo se rompe en su filmografía.
De herencias bressonianas y melvinianas, el director comienza a hacer películas estáticas, que habitan en planos de longitudes inacabables bajo neones que abrasan a sus gélidos personajes, condensando todo ello en su película más de género puro: 'The Neon Demon'. Protagonizada por Elle Fanning, sin duda en su papel más radical, Refn se sumerge en el Los Ángeles lynchiano, ese extraño lugar de los sueños que se consiguen por la vía de aplastamiento al otro. Jesse (Fanning) quiere ser modelo en un mundo donde todas están dispuestas a cualquier cosa para triunfar.
Música electrónica, imágenes que se ralentizan hasta la extenuación, horror cósmico devenido de la paranoia existencial de la protagonista y un neón que deslumbra los cuerpos; Refn convierte esta pesadilla en un tormento físico que culmina, como toda película que horror que se precie, en un perturbador baño de vísceras donde cada imagen es una patada directa al estómago del espectador.
La casa lobo (2018)

Una obra construida en salas de museo al son de la naturalidad de las vistas, Cristóbal León y Joaquín Cociña, dúo de directores chilenos, utilizan la animación experimental como medio para abordar la realidad político-social sobre la que se construye su país.
En 'La casa lobo', su primer largometraje después de brillantes cortos de similar calado, parten de la historia real de la comunidad nazi llamada Colonia Dignidad, asentamiento de colonos alemanes que se hizo célebre por funcionar como un centro clandestino de detención y tortura durante la dictadura de Pinochet.
Papel maché, mobiliario real, yeso, cartón y muñecos; 'La casa lobo' está en un constante colapso y mutación, unos elementos chocan con otros, se cubren y avasallan sin piedad el espacio. Se abraza el caos y la oscuridad como única forma de contar la historia, donde la voz de la joven induce el cuento en un trance que invierte la lógica familiar del cuento para hacer un gran relato sobre la imposibilidad de escape de países inundados por dictaduras.
La experiencia que proponen León y Cociña es de las más radicales y vividas, una relectura física por medio de una animación que se construye y destruye a sí misma haciendo relectura de Los tres cerditos, como si éstos perteneciesen al mundo de las pesadillas.
Climax (2018)

Gaspar Noé no podía faltar en un especial de este calado. El polémico director surgido de las entrañas del Nuevo Extremismo Francés, ola cinematográfica de principios de los 2000 que usaba sin miramientos la violencia, desafiando los límites morales de lo que debe ocurrir y verse en pantalla. En 'Clímax', su punto de partida, unos bailarines toman accidentalmente LSD mezclado con sangría, abren la puerta a la pesadilla más exultante en una crisis psicodélica colectiva.
El director de 'Irreversible' y 'Love' vacía toda la violencia física existente en el plano sobre los contorsionados cuerpos de sus actores durante más de 90 minutos de adrenalina y bilis. El desvarío narrativo y la deriva hacia la blasfemia corporal y ética que ocurre en pantalla se traducen en unas imágenes neones que realzan lo bizarro del comportamiento humano más extremo.
La electrónica se funde con los cuerpos de los bailarines hasta finalizar de la misma forma que empieza 'Irreversible', esta vez Noé si narra linealmente los acontecimientos pero enlaza con el éxtasis y desgaste físico en una secuencia final donde la cámara gira sobre su propio eje, mareando la imagen hasta el vómito con luces estroboscópicas aniquilando por completo la sensorialidad.
Possessor Uncut (2020)

Hijo del progenitor de la "nueva carne", Brandon Cronenberg hace honor a su apellido en 'Possessor Uncut', un thriller que baila sobre los neones (otra más de la lista) para construir un body horror estrictamente psicológico. Con la clara herencia de su padre en el apartado del cuerpo como terreno para la experimentación y mutación, la película sigue a Tasya (Andrea Riseborough), una agente secreta cuya agencia puede usar implantes cerebrales para controlar cuerpos de otras personas, obligándolas a cometer asesinatos.
La posesión del cuerpo ajeno es solo una excusa para abrir el relato al horror psicológico del acto, alejando la película de su premisa para inducirla a las consecuencias. Las imágenes parten de la ciencia ficción: el aparataje de la maquinaria del cambio de cuerpos, para trasladar las imágenes a una saturada pesadilla que estalla a modo de body horror.
El diseño de sonido, la música punzante y el cuidado milimétrico de las imágenes aumentan el impacto del gore y el sentido del tiempo fílmico, subiendo la sensibilidad al máximo para hacer de la experiencia transcorporal un viaje agonizante a través de una puesta en escena que amplifica al máximo todos los sentidos.
Mad God (2021)

Phil Tippet, maestro de la animación artesanal y digital, como prueban sus diseños para 'La guerra de las galaxias' y 'Parque Jurásico' -que le valieron el Oscar respectivamente-, se adentra en 'Mad God' en el mismísimo infierno personificando el viaje al fin de la existencia a través de un humano con atuendo de minero.
La animación por la vía del stop-motion artesanal es una pegajosa mezcla de texturas donde las criaturas que habitan el plano parecen traspasar la pantalla en su condena eterna. Con un exhaustivo detalle, Tippet abandona la narración clásica para atestiguar una pesadilla aún más extrema que los infiernos de 'Silent Hill', siguiendo una lógica de videojuego de pantallas donde nuestro pobre explorador se abre paso entre las criaturas más horrendas (y humanas) posibles, igualando la agonía de las mismas con el destino inevitable de lo humano.
30 años le costó a Tippet hacer esta obra inacabable, eterna y completamente tangible, el dolor y la crítica al capitalismo y al ser humano transpiran por vía de las pústulas y el cuerpo ultrajado para trazar un relato sobre lo corpóreo del mal eterno provocado por el ser humano. Dolor, ira, odio, amor y condena; todo ello explorado por la fisicidad de unas imágenes en stop-motion avasalladoras.
Titane (2021)

Todos los caminos conducen a Cronenberg, y no es diferente para la obra de Julia Ducournau. La directora francesa, que ya había puesto el cuerpo como campo de prueba en 'Crudo', donde el canibalismo se convertía en una perturbadora alegoría sobre la adolescencia, propone en la ganadora de la Palma de Oro de Cannes 2021 una de las obras más violentas desde el Nuevo Extremismo Francés.
Ducournau lanza al futuro los tratados de Cronenberg comprendiendo el cuerpo no como algo estático e impenetrable, sino todo lo contrario, mutante y fusionable. Después de que la protagonista tenga sexo y quede embarazada de un coche, lo metálico se chapa con lo orgánico mientras la música electrónica repiquetea contra nuestros ventrículos cerebrales.
Las imágenes de Ducournau son tan extremas como palpables, situando siempre en el centro del plano las acciones más violentas: piercings, nariz, parto son escenas radicales y dolientes, si no fuese porque lo dramático por la vía de la mutación existencial también contiene una crueldad desmedida. Pese a todo, la película de la directora francesa tiene en su corazón de hojalata un amor infinito gracias a abrazar el cambio, con todas sus virtudes y defectos, como también hace con los personajes que lo padecen.
I Saw the TV Glow (2024)

La ficción es quizás el único refugio de aquellos a los que la realidad no les pertenece, aunque eso signifique que cada contacto con la misma lleve consigo el dolor más grande posible. Al menos eso es lo que 'El brillo de la televisión' siente, que no explica, en cada uno de sus planos.
La clave del embarrado terreno donde la directora Jane Schoenbrun sitúa el filme no es la legibilidad del mismo, sino la fiereza de su sentimiento de desconexión que debe ser experimentado por medio de unas imágenes que abren con el neón una oscura senda hacia el lamento que esconde la ficción. En 'El brillo de la televisión' la búsqueda es un imposible, y el encuentro un deseo, quizás de ese mundo perfecto llamado aceptación.
La identidad sexual y de género no es solo una búsqueda, es un estado digno de aquellos que pueden permitirse el lujo de regir la sociedad, la cultura y la validez de ambas. Esa angustia es la que evapora Schoenbrun para que la llovizna, esa solo igualable a las lágrimas de los personajes, impregne cada uno de los planos para que estos se conviertan en dolor, un grito de socorro perdido en el zapping de la existencia humana.
De naturaleza violenta (2024)

Bresson, Ozu, Antonioni, Tarr. ¿Qué pintan estos nombres en un slasher? La respuesta a esta pregunta es 'De naturaleza violenta', una película de terror cuya puesta en escena va en anacronismo con el género que aborda. Si el slasher siempre ha tratado de ofrecer un entretenimiento a partir del asesinato sin piedad de jóvenes por parte de un maniático, con un montaje que propiciase la rápida consecución de cuchilladas y desmembramientos, la película del director norteamericano Chris Nash invoca al slow cinema para contrariar la tradición e imponer una nueva forma en el subgénero.
De tiempo pausado, largos planos secuencia de seguimiento, sonido ambiente y ausencia de música, Chris Nash convierte el slasher en una experiencia física sin igual, amparado bajo unas formas que alargan hasta el extremo lo bizarro, sin cortes, de forma aún más expeditiva y con unas muertes escabrosas que, paralelas a la belleza estática de sus planos, parecen propiciar una gran comedia sobre la percepción de las propias imágenes violentas.
La deslocalización del slow cinema de su género originario, el drama, convierte la pesadumbre existencial y la batalla contra la velocidad y la inmediatez, en un slasher sensorial que convierte cada rasgadura de tripas y machetazo a la yugular en un rosario de muertes sentidas por el espectador como si allí mismo estuviera. Además, el asesino de 'De naturaleza violeta' poco tiene que envidiarle a los grandes iconos del género.
Las habitaciones rojas (2024)

En el poema La Dama de Shalott de Alfred Tennyson una mujer vive encerrada en una torre, viendo la vida únicamente a través del reflejo de un espejo: si mira al exterior, morirá. Pascal Plante hace lo propio en 'La habitación roja', donde Kelly-Anne navega por las dark web en busca de las red rooms, lugares donde se suben videos de asesinatos y torturas al mejor postor.
En una desesperanzadora fábula, el director escupe las culpas en el espectador, como ya hacía Lee Chang-Dong en 'Burning' de manera más onírica, atribuyendo a la sociedad contemporánea del true crime (incluyendo noticiarios, podcasts...) la voracidad con la que consumimos y vemos el mundo.
¿Suena desesperado y nihilista?, pues las imágenes lo confirman. La frialdad absoluta, bajando la temperatura fílmica al máximo, la cadencia seca y alargada del tempo narrativo y la completa ausencia de moral de la "heroína", hacen de la experiencia de ver 'Red Rooms' una insoportable mirada al espejo que devuelve en su reflejo lo vomitivo del mundo que hemos construido. La búsqueda de un culpable que abrace nuestra propia naturaleza, la cabeza de turco de un mundo acabado.
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